jueves, 20 de mayo de 1999

Manuel Rufo, la imposibilidad de columpiarse entre la realidad y el deseo




Hasta el 3 de junio podemos disfrutar de las Voces extrañas que nos muestra Manuel Rufo en la sala de exposiciones de Abrantes (Salamanca). La obra de Rufo parte del collage fotográfico para apropiarse del espacio expositivo a modo de instalación bidimensional creando su propio contexto de percepción. La división se hace evidente en la disposición de la obra: arriba imágenes silueteadas de fotografías de películas y revistas distribuidas como capítulos de un diario sentimental, abajo palabras hechas de flores representando una única proposición. El denominador común es hablar de la emoción desde dos estrategias complementarias, los hechos concretos y los conceptos ideales.

Manuel Rufo, desde principios de los años noventa, viene depurando su obra cediendo la hipertextualidad de las citas fotográficas del imaginario colectivo (cine, televisión, revistas) a la palabra como forma y soporte de una sola imagen múltiple, las flores. Un trabajo de desprendimiento y concreción, desde la superficie fotográfica hasta más allá de la idea, las emociones. Las piezas se alternan como una conversación introspectiva. No existen respuestas, todo es una gran cuestión enmarcada en los sentimientos humanos: ¿realidad o deseo?.

El elemento central y delimitador de esta exposición es un único objeto, un columpio. Su función como eje no es la de servir de frontera, sino la de señalar que los límites son difusos, que no existe nada definitivo y que siempre pendulamos, que nuestra vida es un continuo suceder de elecciones, de opciones y de dudas y que, en definitiva, toda dialéctica es ficticia y blanda. Por este motivo Manuel Rufo plantea frente al visitante un constante juego de polaridades arriba y abajo, imagen y emoción, blanco y negro y color, realidad y deseo. Un constante vaivén entre lugares comunes de la iconografía popular y los anhelos cotidianos. De una realidad nostálgica y desagradable hacia un deseo inalcanzable y agradable, y viceversa.

El espectador no puede quedarse impasible, ha de desplazarse para poder leer las piezas, mover la cabeza para leer en espiral o alejarse y acercarse para entrar, entre pájaros y flores, en un mundo confeccionado por imágenes, volvemos al balanceo.

Manuel Rufo utiliza la fotografía como fragmentos de pensamiento, como textos leídos por nuestro ánimo. Las imágenes cargadas de ideas son como frases que construyen una emoción. La palabra es la propia imagen como comenta el autor: «Descubrí entonces que lo que realmente estaba sucediendo era que cualquier imagen que seleccionara, al concretarse, perdía el grado de sugerente ambigüedad que la imagen de palabras que conformaban la frase poseían, lo que me llevó a pensar en la posibilidad de que algunas palabras pudieran tener una capacidad emotiva superior a determinadas imágenes.»

Su poética se hace cercana si leemos su obra literalmente. Podemos sentir un «grito» «acorralado» ante el ataque de los pájaros-besos, ofendernos ante improperios y accidentes verbales hechos con flores, divertirnos y angustiarnos ante «escenas en el jardín» de flores encolerizadas por la invasión de los bebés-abeja, marearnos ante caballeros-flor camuflados entre «el lenguaje de las flores», dudar ante dos espirales floridas de palabras que finalizan en el deseo o en la realidad, y por último, o principio, comprobar la fisicidad de todos los enunciados ante el columpio que nos pasea entre dos enormes palabras, realidad/deseo, construidas con fotos de pétalos rotas.

La representación de sentimientos humanos en estos tiempos tan cínicos nos hacen pensar melancólicamente en las ilusiones de adolescencia. La sensación general es un regusto a lo inmediatamente añejo, a nostalgia, incluso las imágenes más atemporales como las flores, nos trasladan a un mundo anterior en donde existían la utopías. El jarro de agua fría cae cuando al ver las fotos de alguien columpiándose nos entran ganas de emularlo y vemos un cartel sobre el columpio: «Muy frágil. No sentarse». La ilusión está rota y nos hace conscientes de otra utopía imposible: columpiarse entre la realidad y el deseo.

CARLOS TRIGUEROS
[Publicado en El Adelanto de Salamanca, 20 de mayo de 1999]