viernes, 11 de noviembre de 2005

Momentos salvajes de transición


La enorme importancia de la pintura de los primeros años del siglo veinte en el seno de toda la historia del arte no reside en la recuperación del caracter expresivo sino, fundamentalmente, en la afirmación definitiva del cuadro como objeto autónomo, con sus propias leyes internas. Esta revalorización de la bidimensionalidad del soporte, junto al alejamiento de la realidad sensible y la confluencia entre el intento de codificación de los estímulos ópticos con el primitivismo dan lugar al Fauvismo.

El movimiento fauvista no es homogéneo, sino que está atravesado por corrientes subterráneas que brotan en el Salón de los Independientes de 1907. Este Salón marca la consagración popular del fauvismo y su rápido declive. Al año de su nacimiento oficial desaparece debido a que la mayoría de sus miembros siguen fomentando las corrientes anteriores. El fauvismo aparece truncado en pleno proceso de maduración y como tal se resume en un dramático acontecimiento, su disolución. Este ismo aprendió a cultivar una especie de sutil receptividad a la coincidencia y habilidad de invitar a otros ismos a actuar sobre él, o desde él.

La mirada fauve, excepcional exposición en San Eloy, no es una revisión memorial de un movimiento extinto, sino un punto de reflexión de la pintura en su multiplicidad de registros y una llamada a su aún posible desarrollo como vanguardia, hasta el infinito y más allá. En esta exposición podemos comprobar como la mirada fauve perdura a través de su persistencia en otros estilos. El final del fauvismo no es sino una de las primeras fases de transición de la pintura. Porque en lo que realmente consistía el fauvismo era en un radical cambio de actitud frente al cuadro, y por consiguiente, a la representación. A partir de entonces el artista dejó de copiar la realidad para reinterpretarla a través de su propia visión personal intentando cear un mundo que fuera controlado por él mismo.

Como podemos comprobar en la exposición La mirada fauve, el Fauvismo no tenía una relación exclusiva con ninguna clase especial de temática. Aquí podemos observar la evolución del fauve desde el paisaje natural a introducir la figura humana en él posibilitando otra opción fauve heterodoxa respecto a la hegemónica. Interpretado en clave neo impresionista resuenan ecos de La invitación al viaje de Baudelaire y al Guaguín de Noa-Noa. Pareciera pués, como si la calma, la voluptuosidad y la dicha de vivir, completaran el vitalismo de la inmediatez con objeto de soñar con más sosiego y tranquilidad. O como decía Gustave Moreau: «La misma naturaleza tiene poca importancia; simplemente es un pretexto para la expresión artística. El arte es una búsqueda incesante de la expresión del sentimiento interior por medio de una simple ductilidad».

Vlaminck lo describía como «Lo que yo podría haber logrado en un contexto social con sólo arrojar una bomba, lo he tratado de expresar con el arte, con la pintura, usando los colores puros directamente del tubo. De este modo he podido utilizar mis instintos destructivos a fin de recrear un mundo sensible, vivo y libre». Un uso desinhibido del color a fin de definir la forma y expresar el sentimiento. El pintor no representa lo que ve sino la intensidad de lo que ve, quizás su emoción, pero su emoción visual, visualmente expresada, plásticamente construida. Una búsqueda de la realidad personal, lo que ha existido para uno mismo, la expresión de una identidad propia y diferenciada. En definitiva, lo que supuso fue la liberación del artista gracias al fauve.

En estos momentos de confusión sobre el futuro de la pintura es necesario recapitular la breve aunque fructífera historia de sus prácticas experimentales. La que nos propone La mirada fauve, da por sentado que el fauvismo es un ser híbrido. Aunque, si colgamos su historia en la gran línea de la experimentación visual, éste se evidencia como una fluctuación de la misma, es uno de esos experimentos que aún permanece inscrito en el imaginario colectivo. Esta exposición nos ayuda a responder si existe un lenguaje en nuestra iconografía y en nuestro ideario heredado directamente del fauvismo. Su existencia ha marcado nuestra capacidad de ver la realidad codificada en imágenes. O como escribió Ludwig Borne, «Nada dura más que el cambio».

Carlos Trigueros
[Publicado en El Adelanto de Salamanca 11.11.05]